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En profundidad... "Síndrome pos vacacional: El momento de tomar de decisiones"


El Noticiero Empresarial
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06/09/2015

Hace algunos días, durante la tercera semana del mes de agosto, asistí a un interesante debate de sobremesa de verano, evan a acabar, que se originó ante el csas que sabes cuándo empiezan e ignoras cuándo omentario de un buen amigo que opinaba que no valía la pena hacer vacaciones en verano tal y como están concebida, largas y seguidas, por el coste emocional que representaba volver al día a día, a la cruda realidad, a enfrentarse a los problemas que habían desaparecido momentáneamente y que volvían todos de golpe con energía renovada y cargados de la mayoría de edad que las vacaciones les habían proporcionado. Se refería al síndrome pos vacacional como conjunto de síntomas que se manifiestan cuando nos incorporamos de nuevo a nuestras obligaciones diarias tras un periodo, quizás excesivamente largo, de ausencia del proceso habitual de toma de decisiones al que nuestra actividad cotidiana nos somete durante el resto del año.

La tertulia, sosegada y equilibrada entre los participantes en la sobremesa, permitió elaborar interesantes aportaciones sobre cómo afrontar los efectos de ese síndrome. Algunos opinaban que se requiere de un esquema racional y elaborado de preparación para la vuelta al trabajo (no es menos cierto que se puede extrapolar a la vuelta a cualquier responsabilidad cotidiana como la vuelta al estudio u otras responsabilidades que configuran el quehacer diario) que puede ir desde la planificación de la vuelta unos días antes del inicio de la actividad, hasta aprovechar el momento para mejorar el proceso de toma de decisiones, incluidas las que afecten a las propias medidas a desarrollar en la creación del propio esquema racional referido, pasando por un esfuerzo adicional por mejorar la visión positiva de cuanto acontece en nuestro entorno.

Sin duda el elemento que más debate ocasionó fue el referido a la oportunidad de mejorar el proceso de toma de decisiones a modo de utilizar ese punto de encuentro entre lo que
debemos hacer y lo que nos apetece hacer y que se pone de manifiesto al inicio del "curso escolar", como podríamos definir al reencuentro con la actividad abandonada durante el periodo estival.

LA TOMA DE DECISIONES

Es fácil comprender que no a todo el mundo le ofrece la misma amabilidad hablar y debatir sobre este tema que, por otra parte, encuentra su mejor espacio de desarrollo en momentos como el reinicio de las actividades cotidianas pos vacacionales (otro momento adecuado es el final del año como pistoletazo de salida para transformar buenas ideas en decisiones desarrolladas con todas las consecuencias). La capacidad de decidir es un don de todo ser humano aunque no todos tengamos el mismo valor para desarrollarlo en toda su plenitud. El motivo principal es la complejidad de abordar las consecuencias de una decisión que la realidad se encargue posteriormente de demostrar que ha sido errónea o equivocada. En las fechas inmediatamente posteriores al descanso estival, incluso antes, se debe ser muy proactivo en la toma de decisiones que permitan abordar la "siguiente etapa" de la manera menos incómoda posible. Pero la realidad es caprichosa y no todos vamos a disponer de la misma capacidad para encontrar el momento "m" o momento en el que vamos a tomar la decisión sobre algo.

Las personas que gozan de mayor seguridad en sí mismos, suelen tener claras sus apetencias y necesidades en un momento determinado e incluso son capaces de vislumbrar los resultados de sus decisiones como consecuencia de una capacidad superior para encontrar en su biblioteca de sensaciones, entornos similares en los que han tomado decisiones similares o asimilables. Ello facilita, sin duda, la toma de decisiones y mejora la probabilidad del éxito del resultado de las mismas. En el polo opuesto se encuentran las personas que carecen de la autoconfianza necesaria para considerar válidas sus propias ideas y eso repercute negativamente en la resolución de los momentos críticos en los que una decisión adecuada podría transformar,
incluso, su propio rumbo personal y profesional. Es como si esperaran a que los cambios en su entorno se produjeran como consecuencia de las decisiones "que tomarán otros" en un intento de que las decisiones ajenas generen una especie de subalimento del que se puedan beneficiar sin haber tenido que decidir más allá de que "sean otros los que decidan". Cuando perciben que se están autoexcluyendo de su máxima responsabilidad como personas, la de decidir, acaban escogiendo entre las opciones que se les platean frente a un problema. De hecho, para las personas inseguras a la hora de tomar decisiones dilatar o posponer una decisión es también una acción que nace de una decisión.

La toma de decisiones en el momento de nuestra vida que corresponda ponerlas en marcha (que suele ser en mayor o menor medida de forma diaria), requiere de un proceso de reflexión generoso en cuanto al increíble poder que tenemos todos y cada uno de nosotros en base a la capacidad de decisión que poseemos, tomando conciencia de que serán nuestras decisiones las que, en última instancia, marcan y marcarán nuestro destino personal y profesional. Esta situación, la de la falta de reflexión sobre el impacto vital de nuestras decisiones, se pone de manifiesto en muchas ocasiones como consecuencia del desarrollo de sesiones de formación que pretenden ser, además, sesiones consultivas en las que el formador invita a los participantes a elaborar conclusiones sobre parte del temario trabajado o sobre algunos aspectos de éste.

A la hora de elaborar conclusiones que les puedan llevar a tomar decisiones sobre ejes o puntos de mejora en su actividad, las miradas se pierden en el relieve de la moqueta de la sala, la auto ausencia se mastica en el ambiente y son los menos los que se atreven a elaborar puntos de mejora que indefectiblemente requerirán más pronto que tarde, tomar decisiones que se conviertan en transformadoras y puntos reales de mejora profesional. En el mejor de los casos se confunden las decisiones con una serie de intenciones que suelen ir precedidas de "Me gustaría", "Tendría que", "A ver si", "Debería hacer", entre otras, que deberían ser sustituidas por "Voy a", "Mañana empiezo con", etc.

Esa capacidad para toma decisiones es uno de los valores más demandados por las organizaciones en la actualidad. Hemos pasado del qué sabes hacer y qué has hecho, al qué eres capaz de hacer, incluyendo en este último parámetro, la capacidad que uno tenga para
tomar decisiones acertadas en inicio, aunque a posteriori se demuestre que no se habían introducido las coordenadas exactas en el goniómetro de puntería.

Este valor se escribe en mayúscula en las organizaciones, cuando nos referimos a desempeños profesionales relacionados con la supervisión y la dirección. Se trata de un mensaje que cala especialmente en personas que quieren mejorar su actuación y su desempeño y que, por tanto, son permeables a adoptar una conducta ejecutiva para evaluar la realidad, conocer la efectividad de sus posibilidades y aprovechar los recursos disponibles, para que estos factores, actuando equilibradamente, permitan avanzar en el difícil camino hacia la solución efectiva de los problemas que se le plantean o puedan plantear.

Un debate distinto es el que se podría establecer en cuanto a cuál es el mejor modelo para la toma de decisiones, si aquel que se centra que todas las personas tenemos una misma y homogénea visión del mundo, o aquellos otros que postulan la heterogeneidad de valores, y por lo tanto, de preferencias individuales. La sobremesa, desgraciadamente, no dio para tanto.

Artículo escrito por Emilio Gutiérrez - Socio Director EGV Formación y colaborador de AEBALL / UPMBALL

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